miércoles, 21 de octubre de 2015

Antonio Maceo, un Titán también intelectual.

Es increíble lo poco que conocemos, según lo que he podido indagar con mis colegas, así como con profesionales de las ciencias sociales, del Antonio Maceo intelectual, del Titán dueño de una prosa profunda, del hombre que tuvo que batallar contra los prejuicios de su época sin dejar jamás de ser fiel a la santa y sufrida causa de la independencia.

Tampoco sabemos mucho sobre lo que fue el pensamiento de aquellas primeras figuras descollantes de la intelectualidad cubana, cuando tuvieron serios límites, en el pensamiento y la acción.

En una carta que envía a Eusebio Hernández en 1885, Maceo valora una de estas personalidades: José de la Luz y Caballero. Otro día, dejaremos que otro de aquellos patricios, Félix Varela, hable por sí mismo. Ahora, los dejo con la contundente evaluación del Titán.

A Eusebio Hernández
New York, Julio 30 de 1885
Sr. Dr. Eusebio Hernández
Kingston

Mi muy querido amigo:

Hace tiempo que no tengo el placer de leer sus bien sentidas consejeras cartas, que tanto gusto me dan cuando sus ideas robustecen mi espíritu, debilitado algunas veces por nuestras calamidades humanas, por el poco amor que los hombres tienen a nuestros ideales y a los altos fines del humano porvenir; sólo me queda, después de tanta vaguedad e incertidumbre, que por esos seres se me ocurren, el cumplimiento de deberes superiores a toda personalidad; mi ideal es el bien, asociado al porvenir de nuestra Patria. Y sin embargo, no por eso dejo de ver con horroroso asombo, lo que hoy se escribe de nuestros hombres, esas glorias de Cuba, que, al decir de ellos, ven a Washington con el negro lunar que empequeñece su historia.

La esclavitud del hombre por el hombre, fue sostenida por él -Don Pepe de la Luz y Caballero-, tan desinteresado como aparece hoy por nuestros historiadores, testó a sus esclavos cuando desaparecía de esta babel de miserias humanas, para confundirse en la otra vida con los impíos; no hubo pureza en José de la Luz y Caballero.

Rodríguez, el autor de su biografía, no amó la “justicia”, que Sanguily quiere expresar con el sentimiento de su pasado. Pepe de la Luz fue el “educador” del privilegio cubano, no fue “tan desinteresado”, carecía de “religiosidad”, de esa bondad humana de que quieren revestirle sus admiradores, no era “hombre ornado con todas las perfecciones” que se le atribuyen al gran educador. ¿Para quién preveía un tiempo glorioso? ¿Para esa juventud que le recuerda con justa gratitud? ¡Ah!, estudie bien ese asunto, y desapasionadamente juzgue de él, echando un velo a todo el beneficio que Ud. y otros hayan recibido de aquel hombre, dirigiendo la vista hacia tantos que el egoísmo material tiene postrados en la más profunda ignorancia. ¿Puede haber justicia donde no es igualmente distribuida? Ud. me contestará que las instituciones españolas se lo prohibían; pero eso no es exacto; Don Pepe tenía influencia y mucho talento, que pudo ejercer en beneficio de todos, como lo hizo en favor de algunos; pero era un imposible, el hombre no tenía grandes sentimientos; se confundió con Saco.

El uno proclamó la conservación de la esclavitud, que es lo mismo que declarar eterno el Gobierno de España en Cuba, y el otro, heredó y sostuvo la esclavitud que testó a su muerte. ¿Dónde está pues, esa decantada grandeza? Caballero no completó su obra; fue un buen hombre, tenía talento para la enseñanza, pero la ejerció mal. No fue político, tuvo miedo y le faltó valor para realizar la obra, que, sin darse cuenta, acometió, retrasándola con sus pensamientos de evoluciones, lo de hoy, llevado a cabo por sus discípulos.

Si tantos juicios apasionados creen que aquel hombre cumplió su misión en la vida, conformándose con dejar incompleta su obra de instrucción y regeneración de un pueblo, podríamos dar por concluída la nuestra, por el mero hecho de haberla empezado con el sacrificio de tantos que han perecido en la contienda; pero no debe ser así, si queremos que el mundo aplauda nuestras grandezas.

(Sin firma)

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